jueves, 16 de octubre de 2014

Detrás de toda cinta hay un John

Hoy pasé por un gimnasio, y vi a una mujer corriendo en una cinta. Al cabo de una hora, tal vez movido por un explicable automatismo que me obliga a recorrer las mismas calles una y otra vez en un aleph bien borgeano, volví a pasar y volví a ver a la misma mujer corriendo en la misma cinta.
Y esto, disparó muchos pensamientos que voy a tratar de transcribir lo más confusamente que pueda, para que quién lea diga "puta, que tipo pensante".
Ahí va: Creo que en la sociedad moderna, la cultura del gimnasio es algo que se da bastante por sentado, pero que vale la pena analizar.
En primera instancia, debo obligarme a descartar a quienes concurren por motivos de salud al gimnasio, a quienes este (importantísimo) juicio no se aplica. Una vez descartados, nos queda la otra porción de gente que determina su existencia a través de la mirada de los otros y que, sin saber tal vez, contribuye con la cultura del auto-engaño y la superficialidad. Ojo, con esto no quiero decir que la mujer que vi dos veces correr por la misma cinta sea superficial, sólo el desarrollo de una idea se gesta acá.
La musculatura que se desarrolla en un gimnasio y la figura corporal que resulta de un duro entrenamiento con peso y aparatos, representa el fenotipo de humano que ofrecen las marcas y los medios como socialmente aceptable, como bello.
Y las necesidades creadas por empresas me tienen los huevos al plato a esta altura del partido. Te ponen estándares de belleza inalcanzables para fomentar la inseguridad y la idea que necesitamos cosas para que nos quieran e; inevitablemente, los que nos terminamos convirtiendo en cosas somos nosotros. Y la bronca que me mueve a escribir es la misma que se genera de sentir que soy parte de ese mismo sistema y que inequívocamente estoy siendo influenciado de la misma manera que las personas que van al gimnasio, porque a mi también me angustia no ser bello, no ser querido. Por eso la idea no es poner a la gente contra la gente, sino a la gente unida en contra de las cosas  en las cuales nos estamos convirtiendo.
Por eso, un gimnasio con fotos de gente musculosa, por ende bella, no nos hace bien, no nos hace más saludables. Nos genera dependencia a las mismas máquinas que nos genera la masa muscular, y si éstas no nos dieran el grado de belleza deseado, los suplementos vitamínicos para poder ser bello; cosa que roza suavemente con la cosmética.
Y ahí es cuando en la cabeza aparece John Hermannes II. John roza con la punta de su lustrada calva los setenta años, pesa unos cien kilogramos y tiene dos, o tal vez tres hijos. Le gusta fumar habanos cubanos hechos a manos y tomar whisky del mejor. Pero eso, sumado a los trajes de seda que viste y su consecuente mantenimiento, representa naturalmente un gasto elevado mensual. Sin contar los execrablemente lujosos viajes alrededor del mundo que realiza dos o tres veces al año.
Entonces, inevitablemente debe idear algún plan para poder mantener este estilo de vida que, parece caerle como anillo al dedo. Desde su posición de CEO de una multinacional puede hacer uso de alguna que otra triquiñuela. Cómo vende productos de cosmética (entre los que incluye alguno que otro producto relacionado al fitness) y tiene interés en alguna que otra cadena de gimnasios de primera línea, decide poner en práctica una triquiñuela de las anteriormente mencionadas. Comprueba que, la gente va más al gimnasio y compra más de sus productos cuando siente que no es suficiente, cuando siente que no le alcanza lo que tiene para ser amado, como una novia confundida.
Entonces, en orden de poder comprar ese traje color caqui o tal vez una mansión en la riviera, decide incrementar sus ventas. ¿Cómo? Simple, haciendo sentir a la gente menos deseable (nótese que manejo el amor como una consecuencia del deseo). Mediante trucos de magia, trucos de luces, químicos y algo de photoshop, convertirá a uno de sus empleados que casualmente es su cliente también, en un cartel que pondrá en todos sus gimnasios para que sus otros clientes sueñen ser ese empleado suyo que sueña con ser su cliente.
Más allá de la circularidad abstracta y la simpleza del relato, tal vez sirve para ilustrar un poco mejor la idea; me gusta un poco más hablar de las ideas que de las personas como me gusta hablar más de ojos y sonrisas que de tetas y culos; pero a veces caigo en la contradicción de hablar de personas (como el pobre John) en orden de hablar de ideas, como caigo en hablar de tetas y culos cuando en realidad quiero hablar de ojos y sonrisas.
Compremos menos y vivamos más.

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