A través del salón.
Sentada en esa silla de cuerina y madera, con los dedos entrecruzados que, sirviendo de apoyo al mentón. le expulsaban la mirada a través de los ventanales, inmensos.
Entre el tumulto, los gritos y esa fragilidad suave de los niños que hacen el esfuerzo de comportarse como la gente grande. Esta a veces se rompe, y ves un nene corriendo un globo mientras la gente come y mira los celulares, toda gris. Es ahí cuando el color rojo del globo (y el nene) se intensifican.
De repente, y por un segundo, todo es rojo.
Un grito ronco, sin emoción. "¡Veintiocho!". Miro el papel y el número escrito en tinta azul que arrugo con la mano. Es el mio, así que me dispongo a llegar a destino, dónde me espera la comida.
Ahora si, mientras me vuelvo con mucha más cautela que con la que fui hasta el mostrador y me dirijo lento hasta mamá, que ahora me mira con una sonrisa en los labios.
Le veo los ojos otrora verdes, rojos como el globo del nene que juega, más grandes que los ventanales que le iluminan la cara.
Soy feliz.
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