martes, 6 de abril de 2021

el último poeta de esta casa

El último poeta de esta casa murió un domingo a las 15 horas.
Murió después de ponerse su boina de gabardina,
como quién se pone sus alas para sobrevolar el atlántico;
pues la boina le servía para escribir, 
pero también para pensar y también para sentir,
como si entre los hilos de algodón marrón 
hubiera fragmentos de una luna o de un ángel
que lo ayudaban a escribir  y a pensar y a sentir.
Escribía generalmente, sin pensar demasiado, 
de lo que le salía del pozo
digo de su alma
digo 
digo
digo
a veces escribía sobre los amores que se le perdieron entre los cabellos de la lluvia,
a veces sobre cacatúas que nunca vio ni acarició,
de las veces que cogió con ángeles 
y con los mismos fragmentos de la luna
que fueron encontrados en su boina después de su última muerte.
Ah,
El último poeta de esta casa murió más de una vez.
Para ser preciso, murió unas 4315 veces,
una por cada poema que escribió
y una por cada poema que pensó escribir.
El último poeta de esta casa yace
con las sienes desangradas como dos canillas sucias
en el sillón del living con una lapicera todavía en la mano.
Los ángeles de la boina lloran mientras
lo envuelven con un manto plateado. 
Alguno que otro canta sobre las proezas diminutas que se le atribuyen:
de la vez que contó todos los pelos de su pierna derecha,
de la vez que pudo saltar un charco enorme sin mojarse,
de la vez que lloró después de confesar su amor a una mujer que ya lo olvidó.
Antes de morir, me cantaron los ángeles,
el último poeta de esta casa recitó algunos versitos que se sabía de memoria,
pero que no quedaron escritos en ningún papel.
Ya no me los acuerdo.

El último poeta de esta casa murió, de una vez por todas, su última muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario