Me muevo a toda velocidad
aunque esté sentado en un sillón viejo
atravieso como un relámpago
cientos de kilómetros
cruzo el mar los mares
repletos de peces y olas azules
levanto los pies para no mojarme
por la nuca me corre el vértigo infinito
de saber que
en una de esas
la suerte no me volverá a presentar
a mis amigos
frente a una mesa llena de botellas
ni a los viejos viejitos que ahí están
como siempre
esperando que les cuente cómo me fue.
La fuerza g me aprieta contra la cuerina
del sillón que viaja a miles de
kilómetros por segundo y por todos
los rincones del país de los países
convirtiendo las ciudades en agua.
Lo que está adelante es temible
como una carta sin firma,
como el cielo inmenso.
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