sábado, 28 de marzo de 2015

jueves, 19 de marzo de 2015

la tormenta se esconde en los ojos
de quienes miran
                                 el mar

lunes, 9 de marzo de 2015

carta abierta a una musa perdida

Alguna vez un buen tipo me dijo que era importante convertir lo que me pasaba en algo de arte, en algo de movimiento. Y yo pensé, sinceramente, que era al pedo. Pero vamos a darle la chance, que mierda.
No quiero hacer de esto un texto pseudo-cortazariano, pero en cierta medida es inevitable, porque voy a usar la segunda persona y colorear todo lo que pueda los sentimientos, en orden de no sentirme tan expuesto a tu mirada, aunque poco probable es que me leas y menos aún que yo me entere que lo leíste.
El desgarro de los colores que componen el aúrea misma de la escencia es lo que más sufrí; y un desgarro lento, agónico que me hizo olvidar quién era, de dónde venía y si iba a algún lado o simplemente había estado ahí un rato tomando mates o tratándo de sacarle lógica a un cuadro abstracto.
Y vos, ahi. Mirándome. Aunque ya no sé si me estabas mirando a mi o a través mio o si en realidad estabas parada esperando mirar a otro lado pero no animándote o si simplemente no me viste ahi, mirándote. Y todo esto transcurre en un lugar que es negro, completamente negro excepto por esas estrellitas que flotan en la noche como croutons en una sopa fría en el cielo lleno de cosas que no pudimos ver.
Pero de lo que si estoy seguro es que yo te miraba, y te miro inevitablemente, eternamente. Hasta que la noche se apague y los croutons se mojen tanto que se hundan en la sopa y ya no haya estrellitas que iluminen el cielo nocturno y la única luz que brille sea la de esos ojos que ya no me miran ( o que  nunca me miraron)
Lo que no se, y que quizás jamás pueda llegar a saber, es que hubiese pasado si las miradas nuestras se hubiesen cruzado. No soy capaz de saber si esa mirada se hubiese sostenido en el tiempo, si los dientes en simultáneo espasmo hubiesen brotado de nuestros labios al sabernos enteros, si por el contrario, el choque de los ojos hubiese traído suficiente sufrimiento como para esquivarnos a nosotros mismos con otras personas o música o drogas. No voy a saber si nuestros ojos hubiesen irradiado suficiente luz como para ver las estrellas de cerca y darnos cuenta que en realidad no eran croutons ni estrellas sino que las estrellas y los croutons eramos nosotros mismos; y tampoco voy a saber todo eso que estoy seguro que tenías para enseñarme iluminándome con los ojos tuyos ese camino lleno de guijarros y caracoles que no tienen que ser pisados.
Aunque puedo llegar a hacer una estimación que, si bien compuesta en gran medida de un idealismo empalagoso, no deja de ser sentida. 

Iba a ser real. Tan real que toda la carne que fuimos y todas las piedras que pisamos iban a ser polvo en ese camino iluminado por los ojos.

Sin embargo, y descaradamente abusando del idealismo empalagoso que caracteriza este texto perpetrado luego de masticarme  los sentimientos un rato, te hablo abiertamente (o no tanto): 
Espero que no hayas cerrado los ojos por miedo, espero que no te haya paralizado la oscuridad de la noche o el dolor de haber pisado piedras y caracoles, pues prefiero saber que no soy suficiente o que los brazos nunca me hubiesen alcanzado para abrazarte a que simplemente no te animaste, a que no pudiste pisar fuerte sabiendo dificil el camino.

Ahora sólo las estrellas iluminan lo que queda del verano coloreado con tu pelo.