lunes, 18 de julio de 2016

las virtudes de papel

virtud
nombre femenino
  1. 1.
    Capacidad que tiene una cosa de producir un determinado efecto positivo.
    "la virtud medicinal de una planta"
  2. 2.
    Disposición habitual para hacer el bien.
    "el camino de la virtud"


Tuve que buscar que significaba, aún teniendo la palabra (o el plural) en el nombre del libro virtual que es este blog. Quizás le puse el nombre por la musicalidad y mística de las palabras que no suelen estar juntas y no por un significado real, o siquiera poético.
Esto es porque, hasta hoy, estuve dudando del nombre del blog.

Hace un tiempo que vengo, con un grupo de personas con las que estoy casi tan agradecido como sorprendido, formando y conformando un grupo de teatro, en el que hago las veces de escritor (decir que soy dramaturgo es un descanso).
El grupo lo conforman personas fantásticas que supieron ser compañeros de un taller de teatro que abandoné.
Ellos, con muchas más agallas y talento, siguieron el camino de la actuación. Yo, por otro lado, empecé a volcarme, con más o menos la misma cantidad de habilidad, en la escritura. Y las cosas se dieron de manera natural. En verano me convocaron a formar parte de un proyecto en el que me involucraban, aún cuando no tenía contacto con ellos. No tuve que dudar ni un momento en decirles que si.
Las primeras reuniones fueron en una estación de servicio que adoptamos como oficina. El aire acondicionado estaba tan fuerte que cada vez que Edgar entraba, fingía que atravesaba una tormenta de nieve. Nosotros, medio tontos y genuinamente emocionados, lo aplaudiamos y festejábamos.
Después conseguimos sala, y empezamos a trabajar en la formación del grupo de trabajo. Pero llegamos a mitad de año, y si queremos tener una obra caminando para diciembre, tenemos que empezar a armarla de a poco.
El ensayo de hoy fue diferente. Los chicos, mis compañeros, los actores, empezaron a laburar los personajes para que, de a poco, nos vayamos metiendo en el mundo que supone la obra que estamos escribiendo. Y los personajes que ellos actuaban, aunque la aclaración suene pedante, los escribí yo.
Estaba sentado en una sillita de madera y ellos, caminando por el espacio de la sala. De fondo, una pared roja.
Caminaban de manera aparentemente aleatoria, pero con la coordinación consciente que habíamos trabajado. De a poco, y bajo las instrucciones de nuestra directora, empezaron a decir cosas propias a cada personaje, frasecitas cortas, balbuceos ininteligibles por momentos.
Y de repente sentí que paría. Paría personas adultas por las orejas y también por la nariz, tipos con jogginetas gastadas de tanto arrastrarse en mil ensayos, en mil clases sobre baldosas frías. Decían cosas que yo había puesto en sus bocas, se movían con unos pies prestados y gritaban las miserias que yo les puse encima.
Miserias que en realidad son mías.

Entonces; esas miserias que escribo en una pantalla compuesta de ceros y unos, o en papelitos que después quedan arrugados en los bolsillos para ser tristemente olvidados, y luego encontrados mientras busco un pañuelo para sonarme los mocos o un billete para pagar la parte que me corresponde de un vino; se convierten en otra cosa cuando alguien las hace propias.
Si Luciana putea con bronca usando mis palabras, si a Marita se le pone la piel de gallina con las piedritas que pateo cuando voy al barrio, o si al Gordo se le viene a la cabeza un tango cuando le hablo de galletitas o de colgarme de la luna con una piba; ahí, y casi de manera excluyente, existen las Virtudes de Papel.

jueves, 14 de julio de 2016

Tres pm

A M.B: 


No se como escribir que estoy enamorado de la risa de una piba sin ser asquerosamente cursi.
También pasa que no es un enamoramiento de esos en los que hay unicornios, tortas glaseadas y mucho Rosa. Está más bien compuesto de madera, piedra y silencio.
La risa de la piba. Fuerte, clara. Cada vez que pega una carcajada (pega carcajadas, obvio) mostrando todos los dientes y tirando un poco la cabeza para atrás, veo árboles.
Aparezco en un bosque en el que hay olor a pasto mojado y las hojitas crepitan en todos lados. Capaz que andan cuices por ahí.
Miro para arriba y después para los costados. Hace frío, y sube un vaho cada vez que exhalo. Las ramas fragmentan el cielo en mil pedacitos irregulares, como un espejo roto. Ella no está, pero se la sigue escuchando mientras su risa rebota entre los árboles.
Después de que el eco se apaga, vuelvo a estar en una sillita mínima y la piba vuelve a aparecer sentada en la otra punta de la habitación, enderezando de a poco la cabeza, como empujada por el viento.