miércoles, 12 de abril de 2017

zoy aztuto

Fui un par de veces al casino. Es un lugar cerrado, sin relojes y con ventanales grandes adornados con largas cortinas, en el que la gente parece caminar automatizada, sin mirar a los costados. Va de un lugar a otro del salón, movidos por una fuerza que evidentemente no son capaces de entender. Inundan la sala ruidos cacofónicos, diseñados especialmente para sumirnos en una letanía que se traduzca en una conducta. Se ven algunas personas en soledad, ensimismadas, acurrucadas sobre un asiento en el rincón más oscuro del salón. Algunas parecen metidas en un trance difícil de definir, mientras luces de colores le iluminan una cara sin expresión.
Después, grupos de pendejos alegres deambulan a otro ritmo. Te hacen acordar a las manadas de ñus africanos, usando una especie de inteligencia de manada; nunca individual. Tienen todos un rictus extraño pegado en la cara y están dispuestos a dejar toda la guita en el lugar sin pensarlo dos veces. Total, la vida es corta y más vale vivirla Siempre al Top.
La gente más grande es la que más pena da. Cuando se las ve ahí, no se puede evitar sentir que de alguna manera necesitan ayuda. <<¡No puede ser que la gente no tenga mejor opción en la vida que estar a estas horas en un lugar así!>>, se piensa casi de manera inevitable <<¿No tendrá familia que lo necesite?>>. Después de un rato ya se los olvida.
Los empleados, algunos en la barra y el resto haciendo tareas que no voy a intentar explicar, no parecen estar más contentos que los clientes. Cada tanto pasa uno de ellos limpiando compulsivamente ,sin molestarse siquiera en mirar a nadie a su alrededor.
Hay guardias de seguridad de todo tipo, titánicas figuras cuya tarea principal parece ser infundir el miedo en los clientes, como para dejar algún tipo de declaración. Lo único que se me ocurre pensar después de intercambiar miradas con alguno es "La puta madre, me están vigilando, más vale que no me mande ninguna cagada."
Después de un rato, uno entiende que es lo que se vende en este tipo de lugar. Se vende una ilusión. Una ilusión adornada por la barra y por las cortinas y por el ruido que llena la sala y por la prolijidad con la cual están pensadas las decoraciones del lugar. Por los tragos y las lucecitas de colores. Por los mismos clientes empilchados que recorren el lugar pretendiendo conseguir algo. A ese  Algo lo persiguen como el hamster en la rueda, desesperados. Cada tanto, ante un embate de la insultante fortuna, parecen desistir. Pero esto no los hace retirarse. No, no. Van hasta la barra a pedirse un traguito que les de la energía para seguirlo intentando. Toda la noche.
Ah, también podés leerte el texto cambiando la palabra casino por boliche.