lunes, 5 de diciembre de 2016

mf3

todavía tengo arena en las zapatillas
que destrocé yendo a verte
                      o a ver algunas fotos escondidas en algún armario travesti
que no llegamos a terminar de ver porque nos quedamos mintiendonos
en la cara
como hicimos siempre 
                                con los ojos y las zapatillas llenas de arena podrida
y los pies y los callos adentro de la arena, sepultados/como mis huevos

por ahí mirás para otro lado y aprovecho y te miro los rulos rojos 
prendidos fuego rojo de magia pero 
                                  me quedé duro
/como rulo de estatua/
mirando el mar y tus rulos de fondo
                                                                  o al revés
y las palomas o albatros o chinos con alas que vuelan 
                          igual que
                                         las mentiras que nos decimos

pero cuando te das vuelta

ah los ojos 
                    ah me quema más que el pelo de fuego
ah ese verde

feli' día del voluntario

El voluntario es como un recién nacido.
No sabe muy bien dónde está parado. O, como es un recién nacido, acostado sobre sus espaldas con los pies en el aire. Está practicamente a oscuras, en un mundo gigante y oscuro lleno de formas igualmente titánicas, extrañas y atemorizantes. Como está a oscuras, y le parece que el mundo grande asusta así como sus habitantes, el voluntario/recién nacido, llora. Llora, grita y patalea con todo lo que tiene, desgastándose su cabeza y su cuerpo, todo frágil.
Para los demás, su grito y constante pataleo es inexplicable, e incluso escapa al buen gusto. Por eso no lo llevan a las reuniones en las que hay que guardar decoro y compostura.O si lo llevan van preparados, porque saben que es inevitable que pibe se ponga  a gritar y patalear y a protestar sin razón aparente.
Muchas veces va a aparecer alguien que intente calmar al pequeño, con arrullos ininteligibles, musiquitas que le calmen el pensamiento o imágenes apaciguantes. "eh, que no es para tanto", "No hagas escándalo", "shhhh, mi amor" son típicas frases que esta gente le dice. Aún asi, en la mayor parte de los casos, no sólo no surte efecto sino más bien genera lo adverso. El volumen del berriche aumenta, y se hace más insoportable. La gente, en estos casos ya no puede hacerce la boluda y se escucha de algún lugar del solemne salón un comentario solapadito del estilo de: "Que alguien calle al pendejo"; o "Silencio por favor". Esto sólo irrita al ya sensible niño que mueve las manos frenéticamente y frunce la cara en un gesto horrible, como si todo le diera asco. La otra gente que está en el salón, es la que entiende que es un niño, que es normal que patalee sin razón; y guarda un empático silencio, casi sintíendose cómplices del asustado infante.
Pero la posta, la verdad de la milanesa, es que el voluntario grita y patalea porque si bien el mundo le asusta, porque no quiere que sea así; gasta su tiempo, su único bien, en mostrarle a los demás que no es necesario que guarden un solemne silencio, que no necesitan callar. -Si el mundo les parece grande y temible: griten, pataleen, lloren, puteen con bronca. Pero hagan algo- dice el voluntario entre gritito y gritito.