viernes, 20 de enero de 2017

carta cuyo destinatario tiene la inverosimil manía de no existir

Si este texto conociese la luz del día, no quiero que se interprete como un bouquet de palabras apiladas, romanticonas y empalagosas todas ellas.No pretendo bajo ningún punto de vista, el uso del mercantilizado sensiblerío que construye el esqueleto de muchos textos, muchos de los cuales alcanzaron una modesta popularidad.
Son en realidad, anhelos chiquitos de un tipo que tiene el pecho roto de soledad, embriagado hasta el desmayo de trivialidad en el contacto con otros seres humanos. No se engañe, querido lector; esto es el grito ahogado de un espíritu aplastado con un martillito de madera.


Mediante el siguiente acto solemnemente, inauguro esta carta. Quiero aclarar de movida que lo importante acá es a quién va destinada y no los artilugios y mañas del lenguaje que ciertamente voy a usar, los cuales suelen ser un mecanismo de adorno que hacen que vos, lector, te concentres en cómo digo las cosas y no realmente en lo que digo. Asi que, atenti.
Y el quid de la question es a quién va destinada . Es una persona que todavía no conozco; o que por lo menos no conozco en carácter de tal. Es la piba con la que escucho los Beatles a oscuras, callados y medio en pelotas, sin la necesidad de decirnos pavadas y dejándonos llevar por las pulsaciones cacofónicas de algún tema. Because,ponele.
También es la piba que me abraza mientras yo me quedo dormido, oyéndola hablar con nuestros amigos. Afuera anochece, alguien recita un poema cursi en el que el poeta (y quizás también quien lo convierte en sonido) compara las orejas de su amada con dos magdalenas rellenas de dulce de leche.

En una de esas tuvimos un comienzo igual de cursi que el del poema, en el que nos quedamos encerrados en un ascensor y nos pasamos seis horas hablando de cine mudo y de la vieja del quinto que tiene perros que cagan los pasillos y la baranda que se siente desde la planta baja.
Por ahi fuimos amigos un tiempo largo y después de una botella de malbec terminamos teniendo un sexo intimo y torpe, seguido por silencios ciegos y risas de borrachos y caricias afiladas. Después no necesitamos más del alcohol; y terminamos pasando tardes de invierno mirando el techo de la habitación de la piba, mínimo. Nos peleamos por quién se levanta a buscar el queso que está en la heladera, corriendo el terrible riesgo de congelarse las patas con el mosaico frío del piso.

Es la misma piba con la que entro a una habitación y de repente el zapato que está tirado en un rincón (solo, solísimo) nos parece la cosa más poética del mundo.
La piba esta tiene la manía egoísta de leerse mis libros y esconderlos en algún lugar como si fuera un botín de guerra, en perjuicio de mi costumbre exhibicionista de apilar los libros leídos, dispuestos jactanciosamente contra la pared de mi habitación también mínima.

Ahora soy el zapato.

Durante un buen tiempo, la inverosimil manía que tiene esta mujer por no existir, tuvo su génesis en una jugada defensiva del bocho que consiste en no dejarla existir. ¿Cómo? Hace años que no presto libros, no dejo zapatos solos en la habitación y si hay riesgo de que los hubiera cierro la puerta de la habitación y me llevo el picaporte en la mochila. Cada cual tiene un trip en el bocho, canta siempre Charly.

[Más vale cien pájaros volando que uno en mano]

La genesis de esta movida defensiva, o enroque emocional, fue alimentada por una idea que adopté por un breve y terrible momento, que pregona una vida vida hay una sola, y que más vale vivirla al máximo siempre al top. Ahora creo concienzudamente que es una propaganda cuyo único propósito es vendernos tragos de colores decorados con una sombrillita para que no nos sintamos tan miserables en la oscuridad de un boliche, medio roñoso y medio fashion. Oscuridad quebrada unicamente por el brillo azul o blanco o verde de las pantallitas de los celulares de las personas.(solas, solísimas)

/en la oscuridad con sus trago coloridos y ensombrillados/

A esta altura del proceso de escribir ya contradigo el paradigma fundamental que enuncié en el primer párrafo, y al releer lo anterior es, de hecho, diametralmente opuesto a lo que pregoné en primer lugar. Porque me tratas tan bien, porqué me tratas tan mal [...] dificil que lleguemos a ponernos de acuerdo.

Bueno, habiendo ya establecido para quién va esta carta, el mensaje, por una cuestión de respeto al orden y a las buenas costumbres y al protocolo epistolar, debiera seguir. Y el mensaje no es sino una petición, simple y concisa. Después no jodo más.
Abrazame guacha, dejame dormirme mientras vos charlas y mientras tus lobulos esponjosos cual muffins marmolados beso, casi como buscando dulce de leche.

Abrazame que me duermo.