lunes, 27 de junio de 2016

Sobre messi y televisores chiquitos

No me gusta el futbol. No me interesa a que club pasa Kraneviter, ni tengo la remota idea del mercado de pases en general. No se en que país juega Mercado, ni por cuántos millones se valúa a a Neymar. No veo ni un partido del torneo local y no fui nunca a la cancha.
Le pregunto a mis amigos de que club es la camiseta que llevan puesta cuando veo colores que me son ajenos.
No se como funciona la AFA y, sinceramente, me chupa un huevo.
Esquivo hasta los resúmenes de las fechas que pasan en el noticiero y detesto los programas de periodismo deportivo.
Pero cuando Messi dijo que se iba, se me rompió el corazón. No porque crea que lo necesitamos para ganar tal o cual Copa ni nada de eso.
Me remonto al 2014. Estaba fresco y la tele era muy chiquita. HD ni en pedo. Pasamos a la final del mundo, ganándole por penales a Holanda, y yo no pude aguantar el llanto. Después del último penal, que entra en el arco luego de un rebote extraño en las manos del arquero, lloré.
Sentado en una cama cagada a palos, en compañía de una novia ahora perdida en el tiempo, lloré. Lloré de felicidad, sin haber visto mas partidos de los que cuentan para mundiales y eventos internacionales, más por una cuestión social que por otra cosa. 
Mucho tiempo pase pensando por qué me había pasado eso. Y llegué a una respuesta que creo es la más satisfactoria, que es que me hicieron creer. Me convencieron de que un juego era cosa seria, una cuestión de vida o muerte. Que si no uníamos nuestro canto todos los argentinos del mundo, calamidades iban a azotar al pueblo. Me creí todo. Y eso, acá y en la China, se llama magia.
Por eso, cuando Messi dijo que se iba, se me rompió el corazón. Porque es uno de los que me hicieron llorar mirando un televisor de catorce pulgadas. Porque cuando lo veo,  es el que me hace creer que el fútbol es más que patear una pelota y meterla entre tres palitos blancos.
Porque Messi no juega al fútbol, hace magia.