Algunas notas sueltas suenan de fondo, mientras escríbo con parsimonia líneas que supongo quedarán inconclusas.
Sin embargo, casi siempre pongo alguna música antes de ponerme a escribir que estén en la misma tonalidad que los colores de adentro. De esos que te laten en el pecho, que cambian según las circunstancias. Habitualmente son colores neutros, como el color del café con leche que hago a la mañana y a la tarde, si pinta. Pero cuando siento de verdad, y me hago cargo, los colores aparecen y me tengo que poner a buscar una música acorde a esos colores porque no quiero estar sientiendo, por ejemplo, un verde con pinceladas de azul y poner una música que sea roja o amarilla. No señor, aca las cosas se hacen bien o no se hacen.
En fin, una vez que la música y el pecho están en el mismo tono (que no necesariamente implican la clave de una canción) me siento, del verbo sentar, a escribir.
Y generalmente, pese a combinar los colores, de los dedos no sale nada. Simplremente me quedo mirando la pared, absorto en vaya a saber uno que, o dónde.
Ciertos días, sin embargo, si salen cosas. Combinaciónes de colores y sonidos que se traducen en palabras que se traducen (con suerte) en otros colores diferentes, para quien lee.
Igual yo creo que esta boludez de los colores lo tendría que poder explicar más elocuentemente. Supongo que lo dejo para cuando sea un mejor escritor. Hasta tanto.
Antes de los golpes
siempre hay tiempo gris