martes, 5 de abril de 2016

un susto

Había tomado la  decisión de empezar a practicar el veganismo. Como estamos en el siglo XXI, y realmente lo sentía, quiso compartirlo con su familia.
Papá no supo que contestar, así que sonrió un poquito y siguió comiendo bife de chorizo.
No supo que contestar porqué se quedó sin palabras. Papá era carnicero. Y su hija vegana.
Primero, tuvo tentación de reírse, mucho. Pero por respeto a las ideas de su hija, y principalmente por miedo a su Mujer, a la que no quiso ni mirar de refilón. Pero le entendía la respiración. Después de tantas noches escuchándola respirar ya le podía traducir la cadencia del aliento en estados de ánimo, en colores. Rojo.
Después, fue víctima de un ataque de pánico. ¿Que iban a decir los del gremio, los empleados, si se enteraran?
Ya podía sentir el cuchicheo cuando él pasaba, los chistes a lo lejos que se escuchan desde la puerta entreabierta de la oficina.
Tomó un poco de vino y se limpió la boca con la servilleta que volvió a las faldas, una vez cumplida su misión.
El vino lo tranquilizó. Después de todo, esto del organismo es una moda, en tres meses está todo normal. Aparte a la carnicería ya no va a ir, tengo que cuidarme de que no se filtre la data y estamos.
Y así, de la nada, se le ocurrió una idea.
En las semanas que le sucedieron, empezó a llevar a la casa el doble de carne por semana. Nuevos cortes, más grandes y de más calidad. Las cenas fueron más parecidas a banquetes que a cenas.
Pero nada. No había caso. Por encima del carré de cerdo del jueves la veía cocinarse verduritas, así como si nada.
La ira era silenciosa, roja.
Entonces las cosas se pusieron serias. Empezó a llevar cada vez más carne, tanta que ya no entraban en el freezer.
Tenían que cocinar cantidades desproporcionadas diarias, asi que empezaron a invitar gente a comer, a toda hora. Los vecinos, los amigos, el equipo de Rugby del Hijo Mayor, ¡Hasta La Suegra, que Dios Me perdone! Y seguía sobrando. Y ella ahí, cocinándose verduritas.
Pasaron meses, y el panorama no mejoraba.  Entonces cambió el enfoque. Aumento el bombardeo visual, pagó publicidad en los canales que se miraban en la casa para que ,en las horas que la TV del living estaba prendida, se viera la publicidad de la carnicería. Una y otra vez sonaba el jingle. Coma Carne, Coma Pontano. Coma mejor, Coma Pontano. Carnicerías Pontano, queremos que comas Carne.
Compró tapizados de cuero, cabezas de venado para colgar en las paredes, hasta mezcló perfume con sangre de vaca que usó como desodorante. Jugó sus cartas, apostó fuerte.
Hasta que todo el trabajo, por fin, dió sus frutos.
Un día, después de meses de laburo, para la cena se cocinó un vacío que era un crimen. Y por primera vez, la vio dudar. Dos, tres veces la vio mirar el cacho de vacío que se desangraba en la mesa. Porque a ella le gustaba a punto.
Coma Carne, Coma Pontano. Coma mejor, Coma Pontano. Coma, Pontano.
Y así, como cuando cae un imperio, la gloria azotó a los vencedores cuando su hija se sirvió ante el asombro de los comensales, un pedazo particularmente jugoso. Gloria, éxtasis.
Y mil himnos se cantaban en su interior y caravanas de un millón de personas le bailaban en el pecho, mientras se metía un poco de carne en la boca y la masticaba, lento.
Bajó la vista, se sonrió un poquito y siguió comiendo bife de chorizo.

lunes, 4 de abril de 2016

un viernes

Fue la primera vez que jugué a eso del Cadáver Delicioso. No tengo mucha idea de dónde pueda llegar a venir el nombre, y sinceramente, no me interesa siquiera googlearlo.
Viernes, aula muy chiquita, o personas muy grandes, dependiendo del punto de vista. Ya estaba medio sofocado, y entre los mocos que le daban la bienvenida al otoño y cebarle mates a una docena de desconocidos, sentíme , como diría Bilbo, como mantequilla esparcida sobre demasiado pan. 
Jugamos un juego, un poco porque no teníamos materiales para laburar en la clase de cerámica, y otro poco porque en la Malharro somos todos un poco hippies y preferimos jugar a estudiar. Algún día voy a escribir por qué llegué hasta acá. Y va más o menos así. El juego, obvio.
Cada uno de los participantes que se deben disponer debidamente en ronda o cuadrado o cualquier forma geométrica que haga posible pasar un papel al compañero que tengo al lado (esto nos saca del panorama las líneas rectas). Preferentemente sentados en una silla, aunque también puede haber variantes en las que los participantes estén acostados, o parados mirando a quién tengo adelante, a quien pasaré el papel por encima de un hombro, asumo más probable el derecho.
Una vez dispuestos, todos sacan una hoja y escriben una frase. Caca, culo, flores, un fragmento de Shakespeare, todo vale. Es de suma importancia que, la última palabra de la oración, frase o versículo bíblico que se escriba, se haga en un renglón aparte. Las cuestiones de párrafo, como ser centrado del texto, sangrías, interlineados y tamaño de fuente quedan librados a la voluntad de los poetas simultáneos.
Ahora, el truco está en que no se te apilen los papeles, porque una vez que todos terminan de escribir su sujeto, predicado o receta de muffins, tienen que pasar su papel a la derecha. Como cada uno se acuerda fragmentos diferentes de la biblia o a alguien de repente se le ocurre poner todos los ingredientes del desodorante de ambiente, los papeles giran a diferentes velocidades. Y el truco también está en que la última palabra que escribió el que tengas a la derecha (o a la izquierda, dependiendo del sentido del giro previamente estipulado por los participantes o su coordinador), tenga que ver con lo que vos escriba. Pese a todo,sólo constituyen  molestias menores.
Mientras los papeles y el mate giraban en la misma dirección y los mocos se caían; fuimos componiendo diecinueve poemas, de los cuales sólo tengo registro de uno, el empezó y terminó donde yo estaba sentado.

Cientos de caras miran al sur
Camino sin mirar atrás, 
esperando bajo la lluvia, sólo(...) pero con el corazón lleno

Creando el principio absoluto

               de un nuevo camino
Sólo por la ciudad, entre virtudes y vicios y precipicios
con el vientre en la cara de perro

Igual, al pasar por la puerta de la palabra
él dijo: "no me importa, volvé a casa, ya está listo el pollo y pelada la gallina"

Correteando en un día caluroso

alegre y simpático, 
                                al verse
                                            en un boliche
                                                                  y ser
   feliz 
(y simple, cuando cuelga)

Su vida es el motivo de la mía.

Porque no le ponen clavos en la Malharro.

Es el mejor profesor de la escuela,

                                                         de esas que cierran
                                                                                          círculos.