sábado, 29 de junio de 2019

las manos como dos montañas blanquecinas
sobre el teclado inerte
esperando que caiga la idea como una gota
sobre el diáfano sol 
o que broten, con animada potencia
las revelaciones en forma de prosa o de verso

las ideas son ahora palabras
y no imágenes:
Veo a una niña tomada de la mano de su madre
que carga una bolsa de arroz atada con dos soguitas
Veo la sombra de una parra o sobre la pared y una 
toalla rosa cortada a la mitad
veo infinitas mujeres sobre infinitos espejos 
sacándose infinitas selfies
Veo el universo en mi mano, desde un viejo
en Laos fumando un habano
Hasta las caricias que le hace mi primo a su
gato siamés
Veo todas las veces que copié el Aleph
Cuando en realidad estoy hablando de las
historias de Instagram

Auguro un terrible silencio
que sube hasta la cama cucheta
donde duerme un niño, 
un niño que soy yo

Te miro a través del reflejo que
hace el espejo que hace la imagen del celular
que sostenes con la mano derecha (izquierda?)
que te tapa la cara porque se ve que no te gusta
como salís
y no se si estoy viendo 
un reflejo o la proyección de un reflejo
y ya no se si te estoy viendo a vos
o tu cara tapada con un celular
o tapada con un espejo
o espejada en tu cara

Vuelven esos chicos
caminando para atrás con la pelota abajo del brazo
y de repente esto se vuelve un cuento de Casciari
lleno de polvillo y reciclados pueblerinos 
acompasadamente circulares

Hay tres torsos.
Y sobre esos torsos, sendas cabezas.
Sobre cada cabeza, un par de ojos.
Todos mirando hacia el rincón.



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