viernes, 21 de febrero de 2020

no tengo más mocos

Hace dos meses que no tengo mocos. Ni un moquito seco, nada. Y para mí, que soy una persona que se define como un tipo que saca fotos, anda en bici y estornuda todo el tiempo, es rarísimo.
Es como si me faltara un par de líneas de código en mí sistema. Cómo si de repente me levantara un día y no supiera caminar.
Y de los últimos sucesos en mí vida reduzco a dos las posibilidades que me hayan suprimido esto: haber perdido a personas importantes en mí vida, casi tan importantes como la bici o los mocos; o haber empezado a hacer ejercicio.
La versión menos poética pero la más probable es la que el ejercicio haya traído mejoras en mí organismo y que dichas mejoras hayan reducido mis resfríos y secreciones de las mucosas.
La otra, y creo que es con la que me voy a quedar, es que las personas importantes, cuando nos dejan, se llevan algo nuestro para no olvidarnos. A veces es algo material, a veces es algo más sutil. 
Yo creo que en diciembre del año pasado, mientras lloraba en la puerta del ascensor, te dejé mis mocos junto con el buzo rojo.




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