son esas habitaciones
Llenas de humo,
llenas de canciones.
Montañas de irreconocibles ropas
nos miran con ojos de botones
Tiradas por ahí las servilletas de colores
Algunas verdes, algunas rojas.
Montañas de irreconocibles rostros
se van por las baldosas tibias
Aún adentro, aun eternos
No pasan las noches, ni siquiera los días.
Muchas veces cambiamos de asiento
suelo, tierra, colchones y viento
Y después del sol amarillo
Nos vamos sin que los ojos nos pierdan el brillo.
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