martes, 14 de octubre de 2014

De la ilusioria bifrontalidad

Hasta hace poco, la idea de que somos alguien en otra parte, de que tenemos otra cara y vivimos dos vidas de manera simultánea se veía claro en los espejos de mi mundo.
Así, yo por la mañana desayunaba dos veces, a veces en dos lugares diferentes y a veces las dos veces en el mismo lugar (lo cual era más satisfactorio), me cambiaba dos veces y salía dos veces al trabajo, a veces en lugares diferentes y a veces al mismo horario.
Y la complementaridad de ese ilusorio ser bifronte que me creía solía dotarme de una coraza que invulnerabilizaba y me garantizaba que si me moría me quedaba un rostro en el cual vivir.
Mas un día, producto del odio de los idólatras tal vez, simplemente me levanté una sola vez, desayuné una sola vez y partí únicamente con un rostro al trabajo. Y me pareció de lo más extraño, mas la ligereza de los pasos y la ausencia del otro rostro que me brindaba coraza, pude atisbar por un momento la eternidad. Cada paso lleno de miedo, lleno de violeta, me garantiza una aventura instantánea, una eterna admiración por la naturaleza dado a través del permanente re-descubrir de los colores y las formas. Nuevas in-seguridades, nuevo miedo a la muerte, nueva pasión por vivir son las ideas que ahora re-emplazaron a la cara que me miraba del otro lado del espejo cuando me des-pertaba.
 Hoy caminé por la plaza 3 de Febrero camino al trabajo, y esa ausencia se convirtió en gloriosa. Un árbol me sumergió en el mundo de sus hojas, dónde miles de seres diminutos (supongo) viven en armonía, o no. Vi las cadenas de moléculas interactuar y me vi sobre una hoja mirando al cosmos in-finito y temiendo por no trascender-me, por no quedarme en el universo fantástico. Una gota de sudor subió por mi frente mientras miraba a las hormigas escalar hasta alcanzar ese cielo fangoso y lleno de colillas.
Fui un pájaro y las hojas de los árboles, fui las estrellas y fui Dios, y sin embargo sólo estaba mirando un árbol. Tal vez, con mi otro rostro no lo hubiese podido ser, tal vez si.
Quién sabe.
Cuando la eternidad de la plaza se convirtió en cenizas en mis manos, comencé a considerar si en realidad mi otra cara alguna vez había existido, o sólo era una razón para protegerme del miedo a Dios, del miedo a los árboles.
Quién sabe.

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