Había tomado la decisión de empezar a practicar el veganismo. Como estamos en el siglo XXI, y realmente lo sentía, quiso compartirlo con su familia.
Papá no supo que contestar, así que sonrió un poquito y siguió comiendo bife de chorizo.
No supo que contestar porqué se quedó sin palabras. Papá era carnicero. Y su hija vegana.
Primero, tuvo tentación de reírse, mucho. Pero por respeto a las ideas de su hija, y principalmente por miedo a su Mujer, a la que no quiso ni mirar de refilón. Pero le entendía la respiración. Después de tantas noches escuchándola respirar ya le podía traducir la cadencia del aliento en estados de ánimo, en colores. Rojo.
Después, fue víctima de un ataque de pánico. ¿Que iban a decir los del gremio, los empleados, si se enteraran?
Ya podía sentir el cuchicheo cuando él pasaba, los chistes a lo lejos que se escuchan desde la puerta entreabierta de la oficina.
Tomó un poco de vino y se limpió la boca con la servilleta que volvió a las faldas, una vez cumplida su misión.
El vino lo tranquilizó. Después de todo, esto del organismo es una moda, en tres meses está todo normal. Aparte a la carnicería ya no va a ir, tengo que cuidarme de que no se filtre la data y estamos.
Y así, de la nada, se le ocurrió una idea.
En las semanas que le sucedieron, empezó a llevar a la casa el doble de carne por semana. Nuevos cortes, más grandes y de más calidad. Las cenas fueron más parecidas a banquetes que a cenas.
Pero nada. No había caso. Por encima del carré de cerdo del jueves la veía cocinarse verduritas, así como si nada.
La ira era silenciosa, roja.
Entonces las cosas se pusieron serias. Empezó a llevar cada vez más carne, tanta que ya no entraban en el freezer.
Tenían que cocinar cantidades desproporcionadas diarias, asi que empezaron a invitar gente a comer, a toda hora. Los vecinos, los amigos, el equipo de Rugby del Hijo Mayor, ¡Hasta La Suegra, que Dios Me perdone! Y seguía sobrando. Y ella ahí, cocinándose verduritas.
Pasaron meses, y el panorama no mejoraba. Entonces cambió el enfoque. Aumento el bombardeo visual, pagó publicidad en los canales que se miraban en la casa para que ,en las horas que la TV del living estaba prendida, se viera la publicidad de la carnicería. Una y otra vez sonaba el jingle. Coma Carne, Coma Pontano. Coma mejor, Coma Pontano. Carnicerías Pontano, queremos que comas Carne.
Compró tapizados de cuero, cabezas de venado para colgar en las paredes, hasta mezcló perfume con sangre de vaca que usó como desodorante. Jugó sus cartas, apostó fuerte.
Hasta que todo el trabajo, por fin, dió sus frutos.
Un día, después de meses de laburo, para la cena se cocinó un vacío que era un crimen. Y por primera vez, la vio dudar. Dos, tres veces la vio mirar el cacho de vacío que se desangraba en la mesa. Porque a ella le gustaba a punto.
Coma Carne, Coma Pontano. Coma mejor, Coma Pontano. Coma, Pontano.
Y así, como cuando cae un imperio, la gloria azotó a los vencedores cuando su hija se sirvió ante el asombro de los comensales, un pedazo particularmente jugoso. Gloria, éxtasis.
Y mil himnos se cantaban en su interior y caravanas de un millón de personas le bailaban en el pecho, mientras se metía un poco de carne en la boca y la masticaba, lento.
Bajó la vista, se sonrió un poquito y siguió comiendo bife de chorizo.
martes, 5 de abril de 2016
un susto
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JJ? eres tú?
ResponderEliminarjj el avioncito
Eliminarjj el avioncito
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