16 de octubre:
Ayer fui a la ciudad antigua, caminé por las calles de piedra fumado, oscilando entre dos sensaciones: fascinación por las escenas pintorescas propias a las de un lugar ajeno y una rabia absoluta que me brota desde la garganta y se me cae por las orejas como lava de un volcán. Comí un kebab y me tomé los trenes del primer mundo, lamentándome no tener un lindo grupo de amigos que me distraiga de los chorros de enojo que ahora derriten y agujerean los adoquines. Idealmente sería como el grupo de amigos que tiene Yas, gente culta y divertida, que se droga y trabaja sin preocupaciones más que la de sacar entradas para el próximo festival y coger sin preocupaciones. Yo, en cambio, estoy sumido en la negrura de la supervivencia propia de un inmigrante, pensando un poco en el trabajo y otro poco en el que no soy amado. Es realmente un espiral del que había podido salir con mucho estudio, terapia y esfuerzo, y ahora vuelvo a ese punto en el que no puedo proyectar más allá de las próximas semanas.
Lo único que puedo hacer es reconfortarme en el hecho de que acá cobro el doble de lo que cobraba en Argentina, un pensamiento mezquino; pero de algo me tengo que agarrar.
Si puedo ahorrar unas buenas monedas, me gustaría ir a China el próximo año.
jueves, 16 de octubre de 2025
entrada del diario de viaje en prosa
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